Cuando mires al espacio, no imagines sólo estrellas

A. Tamayo (Cuba) y Y. Romanenko (CCCP)
Los astronautas, héroes hace 40 años y hoy casi en el olvido. Un pequeño tributo.

En la estación espacial retumba el tímido runrún del universo, tan eterno él.  
Y ahí están, astronautas que tras gravitar del baño al salón y pasar frente a las flotantes fotos del pasillo sin prestarles demasiada atención a los amigos que sonríen fijamente a años luz de ese momento y lugar, se sientan en sus sofás de skay color naranja 2001: Odisea Espacial y pasan la tarde hojeando revistas, tomando té y haciendo cálculos imposibles para la mayoría de los de su especie.


 Han pasado toda su vida queriendo subirse ahí arriba, estudiando, entrenando y viendo pelis del espacio, disfrazándose de astronautas y pegando estrellas fluorescentes en el techo para antes de irse a dormir…o así me los imagino yo…

Sin duda todo astronauta debe soñar con ser Gagarin o Amstrong, esos que llegaron a la luna, orbitaron la tierra por primera vez, corrieron en la carrera espacial…y años después la función continuó con mucha menos expectación, pasando a ser menos interesante.´







Yuri Gagarin


J. Swigert "Houston, tenemos un problema"


Ser astronauta hoy -cosmonauta (космонавт) en Rusia o taikonauta en China- es ser un técnico, un mecánico más que mide, verifica y observa cómo van las cosas por allá arriba.

Guardan un parecido especial con el Principito, viviendo en un punto minúsculo colgados de un lienzo sin márgenes, cuidando de su rosa y sentándose a mirar lo grande que es todo alrededor. Quizá también nuestras vidas, las del resto de los mortales, no sean sino una alegoría de las suyas por estar siempre pendientes de que a nuestra burbuja, que a veces situamos a galaxias de distancia de donde nuestro cuerpo se encuentra, no le falte de nada mientras orbitamos rodeados de semejantes.




Cuando mires al espacio, no imagines solo estrellas.

C.Hadfield (Canada)

St. Kilda connection

Hoy el correo trae muchas cosas buenas: un CD, postales y un libro dedicado para St. Jordi. Algunos amigos mandan de vez en cuando cosas desde Barcelona por esa manía suya de tocarme el corazón, lo cuál me encanta (gracias Carlos y Begoña). 
Ya antes de salir de casa el día se manifiesta e invita a que me fije en las pequeñas cosas que tanto marcan la diferencia.

Postal y libro hablan de viajes, de emociones y de reflexión, y ambos vienen a proponer nuevos proyectos. 
El cd es un recopilatorio de soul y como todos los que me ha mandado Carlos hasta entonces, pretende ser banda sonora de lo cotidiano. Como todos, este también me encanta, lo escucho mientras escribo.
El libro es Una mochila para el Universo: 21 rutas para vivir con nuestras emociones, de Elsa Punset.


Debemos observar las señales. Están ahí para que aprendamos algo y nos ayudan, si sabemos leerlas, a tomar decisiones.

Doy vueltas por la casa, arreglo un freno de la bici, lavo ropa, me ducho y salgo. Pedaleo calle abajo y me fijo en calles y sitios. Hace apenas una semana que me he vuelto a mudar, empiezo de nuevo otra vez.

Olvido el candado de la bici en casa y una vez llego al bar empiezo a pensar en dónde situarme para poder vigilar la bici mientras como. Una chica me ofrece sentarme en su mesa y rechazo su oferta por estar de espaldas a la puerta. Elijo al fin una mesa en el ventanal desde donde puedo ver la calle y por ende, mi preciada bicicleta. Preferiría sentarme en la terraza pero está llena.

Ordeno comida, me siento y al poco queda una mesa libre en la terraza. Cambio de sitio sin avisar a la camarera que me ha tomado el pedido, lo que provoca pequeña confusión en la cocina por la que me toman el pedido de nuevo, de forma que la comida tarda una eternidad aunque yo todavía no lo sé. 
Saco un libro de cuentos que tengo a la mitad y empiezo a leer. Con el tiempo llega un chico y me pregunta si puede sentarse en mi mesa. Acepto y leemos en silencio. Ordena su comida, nos traen agua, me levanto a preguntar por mi comida, lanzo rápidas miradas a mi bici...

Llega la comida y empezamos a hablar. Dejamos atrás las presentaciones y encontramos puntos en común. Es un australiano de 25 años, vivió en Granada y pedaleó hasta Francia, cuando mejore su castellano quiere irse un tiempo a Latinoamérica. Cruzamos contactos, terminamos de comer y pedaleamos hasta que nuestros caminos se separan.

Toda esta situación me hace pensar en el sentido de las decisiones que tomamos y en cómo estas nos llevan a unos lugares y no a otros, sin ponerme demasiado místico, claro.
También en las cosas a las que renunciamos y no podemos retomar como forma sana de seguir en una dirección sin dispersar nuestra motivación en mil cosas que no terminaremos por falta de tiempo.

De eso fue la conversación con Piers, el chico, me apetecía contarlo.